El agua, el bien más preciado de la naturaleza, la sangre que impulsa la vida en la Madre Tierra, es agredida, contaminada, mercantilizada, acaparada por pequeños grupos de poderosos, mientras se condena a las grandes mayorías actuales y a las futuras generaciones a morir de sed. El 22 de marzo se celebra el Día Mundial del Agua. En el Abya Yala, en particular en la región andina, los pueblos indígenas lo celebramos defendiéndola con movilizaciones.
La defendemos porque la hemos cuidado desde siempre, porque para nosotros el agua es un ser vivo, es sagrada. Nuestros conocimientos y prácticas ancestrales de gestión del agua garantizaron su acceso universal. Pero a partir de la invasión europea al continente y quinientos años después con la nueva colonización de la globalización neoliberal, el agua pasó a ser un recurso, un objeto de compra-venta, es el oro azul de nuestros tiempos. Las guerras fueron sucesivamente por el oro amarillo, el oro negro y hoy la codicia fija sus ojos en el oro azul.
Hoy en todos nuestros países la minería se instala en las cabeceras de cuenca, invade nuestros glaciares, seca nuestras lagunas y las convierte en depósitos de relaves, desvía las cuencas para acapararla para sus actividades de exploración y explotación, contamina nuestros ríos.
Defensa del agua
La Marcha Plurinacional por la Vida, el Agua y la Dignidad de los Pueblos que los pueblos indígenas y los movimientos sociales ecuatorianos iniciaron el 8 de marzo, llega a Quito en el Día Mundial del Agua. Este es un país donde el 1% de propietarios controla el 63% del agua de regadío. Donde ya las cuencas hídricas son víctimas de la minería.
En Bolivia las tierras también son acaparadas y con ellas las cuencas. En Colombia los sitios sagrados, muchos de ellos son donde nacen las aguas, son invadidos como zonas de guerra o por megaproyectos extractivos. En el Perú la mayoría de los conflictos sociales son por la defensa del agua: es el caso del proyecto Conga en Cajamarca a cargo de la empresa Yanacocha, donde esta empresa pretende apoderarse de cinco lagunas e incluso convertir a una de ellas en depósito de relaves. O del Cerro Condorhuain, en Ancash, donde la poderosa minera canadiense Barrick Gold tiene una concesión que afectaría los 84 ojos de agua que alberga este Apu, cerro sagrado, cuya defensa le ha costado a 17 líderes indígenas un juicio por graves delitos que pueden significarles hasta treinta años de cárcel.